Ahora que todos somos poetas. Ahora que
todos nos sabemos políticos, economistas, jueces, críticos, fotógrafos,
cocineros, aventureros, solidarios y nada. Ahora que ya, por fin,
poseemos el saber universal, ¿qué misterio hay?, ¿qué utilidad?, ¿qué
necesidad de seguir escribiendo, si ya todo está dicho?
El
odio gobierna nuestros sentidos de la manera más estricta. Nunca antes
vi al odio más crecido. Ahora, que no hay sombras, que no hay dudas, que
se borraron los grises y todo es paz o guerra. Ahora que somos lo que
queríamos ser, que lo hemos conseguido, que nos vemos en la cima de
todas la virtudes universales posibles, ahora que nos volvimos crueles,
depredadores con nosotros mismos, sin ley ni orden, hambrientos de
palabras sin sentido. Y cogemos el micro a cada segundo para informar de
aquello que nadie quiere saber, porque debemos informa a cada segundo. Y
la información se hace tan inútil e innecesaria que seguimos leyendo
atónitos, con los ojos encharcados de sangre, cada una de las
informaciones inútiles que damos y recibimos cada segundo con cada uno
de sus estúpidos comentarios. Pero debemos hacerlo, estamos obligados,
el mundo entero tiene que saber, debo informar y leer y volver a
informar y opinar sobre una información de otro sabio opinador. Y el
odio se va alimentando y va creciendo fuerte como un niño en tiempos de
bonanza. Y así los hombre nos vamos haciendo más tontos, ignorantes,
frágiles e infelices mientras el odio nos devora el alma.